En la oscuridad se besaban en la nariz en la boca, sobre los ojos, y él le acariciaba la mejilla a ella con una mano que salía de entre las sábanas y volvía a esconderse como si hiciera mucho frío, aunque los dos estaban sudando; después él murmuraba cuatro o cinco cifras, vieja costumbre para volver a dormirse, y ella lo sentía aflojar los brazos, respirar hondo, aquietarse.
JULIO CORTÁZAR
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